Contando los días

La segunda vez que fui al monasterio, fue para quedarme seis meses, la ilusión de poder vivir cerca de los monjes y aprender de ellos me entusiasmaba, y superaba todos mis miedos e incertidumbre. Sentía que no podía hacer nada mejor que estar allí, a pesar de la dificultad. Lo curioso era que a pesar de mi deseo por permanecer allí, mi mente adquirió el mal hábito de contar los días que me quedaban para volver a casa, no solo días, sino quincenas y meses. Si por ejemplo llevaba 5 días desde mi llegada, dividía los días que me faltaban entre cinco para ver cuántas veces tenía que vivir lo ya vivido, era algo enfermizo y me costaba dejar de hacerlo. Me recuerdo paseando por el bosque precioso que hay, con el único sonido de la naturaleza y sin embargo en vez de disfrutarlo mi mente seguía contando días y sufriendo. Me resultaba muy absurdo ya que si en cualquier momento me hubieran dicho que tenía que volver a casa, me hubiera quedado hecho polvo y hubiera rogado por permanecer. Entonces, ¿por qué la mente estaba tan obsesionada con volver a casa? Más que por volver a casa, era por escapar de mí mismo.

La vida en el monasterio está hecha para ayudar a interiorizar, y poner en práctica las enseñanzas del Buda, la disciplina, las tareas y todo ayudan a ese fin. Debido a la falta de distracciones las tardes se hacen muy largas y el aburrimiento y las desesperación son acompañantes habituales. Esa situación es utilizada para desarrollar sabiduría y comprender profundamente las cuatro nobles verdades enseñadas por el Buda: la existencia del sufrimiento mental, el origen, la cesación y la puesta en práctica del sendero que lleva a su extinción, la realización del Nirvana.

Todas esas tardes de aburrimiento y sufrimiento en el monasterio acababan con paz y con un sentimiento de serenidad, de contento, y de satisfacción por lo que la experiencia me descubría.

Al contrario, la vida fuera del monasterio nos ofrece una gran variedad de posibilidades para distraernos y evadirnos de nosotros mismos; los momentos de espera suelen ser llenados con alguna actividad, el móvil ayuda a esa evasión. Lo bueno es que cada vez que se hace frente a esa inquietud e impulso a escapar, al cabo de algún minuto vamos encontrando paz y bienestar en la sencillez del momento, y constatando que el contacto con nuestro silencio interior es lo que nos da plenitud. La dificultad inicial acaba dando lugar a paz. Según desarrollamos la constancia en la práctica, la facilidad para acceder a ese espacio de calma aumenta, y las dificultades de la vida son aprovechadas para tomar consciencia de nuestros apegos y desarrollar sabiduría; viviendo cada vez más en el centro y más libres, aunque el entorno no favorezca. Sin embargo, también debemos ser más constantes y disciplinados en la práctica, aunque también pacientes y amorosos con nosotros mismos. En muchos sutta se habla de laicos que extinguían la ignorancia y realizaban el nirvana, así que mantengamos el ánimo y la perseverancia.

Doy Gracias al  Sangha monástico por haberme dado esa oportunidad de vivir y aprender el Dhamma con ellos.

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